Reflexionando sobre los avatares de la identidad
nacional, hay una constante característica que describe casi perfectamente, por
no decir completamente, el ser venezolano contemporáneo. Antes de comenzar esta
nueva etapa de las Reflexiones urgentes
sobre la cotidianidad venezolana, pondré la otra mejilla ya que, así como
ha sucedido en ocasiones anteriores, todo lo referente a identidad nacional
suele causar escozor. Y con razón.
¿Cuáles son los elementos negativos que se le
achacan al venezolano? O mejor dicho, ¿cómo se ve el venezolano? No hace falta
hacer una investigación exhaustiva para saber que el criollo tiene una
autoimagen negativa: libros como “La
autoestima del venezolano” de Manuel Barroso o “El venezolano feo” de Adriana Pedrosa lo exponen bastante bien. Ahora,
muy pocos se han percatado de que las taras mentales endilgadas al venezolano
corresponden a las de un niño: un mocete de diez o doce años, malcriado,
petulante, que hace de su día a día un chiste y que se ríe de sus torpezas y
chiquilladas. Sí, los humoristas han sabido (o querido) maquillar el asunto
rescatando la supuesta bondad nacional, que más que bondad parece, si no es,
ingenuidad. El puer aeternus, o la representación arquetípíca jungniana de la
eterna juventud, parece describir con bastante precisión el alma nacional:
negación a la madurez, resistencia a los cambios y a lo que conlleve a la
asunción de responsabilidades.
El venezolano es un huérfano: héroe tiene, sí,
Bolívar, pero no padre. Padre fundacional como lo han tenido otras naciones vecinas
nunca hemos tenido. Como leímos en anteriores artículos, la gente de este país está
buscando algo (aunque todo indica que está buscando a alguien) a como dé lugar
para ponerlo en un altar: siempre son hombres
poderosos, famosos, rutilantes en la palestra pública. ¿Y eso a qué viene?
Pues, que esas figuras que yo intento llamar paternas están perfectamente
conectadas con la identidad nacional. No son búsquedas de motivación, sino de
identificación: presidentes, peloteros, futbolistas —específicamente
extranjeros— son los que suelen estar en los altares de culto nacional. Aunque este tema de la “eterna niñez” pretenda tocar otros asuntos, es bueno recalcar
el hecho histórico de la creación de esta nación. Quizás sea esa búsqueda la
que ayude a demostrar la minoría de edad nacional.
Fuimos un país que un día dejó los pañales y le
dio por cortar su cordón umbilical español. Poco después comenzó por terminar
su hermandad vecina y le dio por matarse por dentro: guerra federal,
caudillismo, batallas y muerte que desembocaron en una dictadura prolongada. A fuerza de tiros, nunca ausentes en nuestro acontecer
nacional, hemos avanzado poco. Después de tanto plomo, ¿cómo terminamos
convirtiéndonos en la nación risueña de chiste a flor de piel que no pierde la
primera oportunidad para hacer del bonche una trinchera? Fueron más de ciento
veinte hechos de armas los que hemos venido teniendo desde las guerras de
independencia. Entonces, ¿cómo es que no maduramos? Si hay algo que endurece el
alma es el dolor. ¿Y aquí qué? ¿No?
Un año como éste, 2012, que cierra con más de
20.000 muertos por arma de fuego, debería ser una tragedia nacional. Pero no,
no faltarán los chistes, las burlas, los sketchs, los stands-up, los bonches en
rueda de pescao alrededor de una olla sopera en los que abunden alborotas y
carcajadas que minimicen la trágica realidad ensangrentada. La prensa nacional es un buen ejemplo: ya es parte de nuestra cotidianidad leer en los titulares de estos pasquines cómo la muerte es convertida en un jueguito de niños: "dejaron tieso a albañil en Carapita por bucearse a la jeva del convive de un choro" o "se metió un pepazo en la jeta después de darle matarile a su costilla de quince años". Sí, así asume la nueva prensa la tragedia nacional. Si no me cree, lea elpropio.com y vea cómo se hace de la infancia de una nación un negocio.
¿Por qué nuestra
respuesta ante tamaña desgracia es la de un carajito jodedor? ¿Por qué? ¿Será que como afirma el Cuevo Mecánico, nuestro país no es, sino que ya fue? ¿Será que nuestras desgracias están condenadas
a convertirse en material de chiste de humorista?
1 comentario:
Excelente.
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