El Lambucio Ilustrado: diciembre 2012

viernes, 28 de diciembre de 2012

Puer Aeternus



Reflexionando sobre los avatares de la identidad nacional, hay una constante característica que describe casi perfectamente, por no decir completamente, el ser venezolano contemporáneo. Antes de comenzar esta nueva etapa de las Reflexiones urgentes sobre la cotidianidad venezolana, pondré la otra mejilla ya que, así como ha sucedido en ocasiones anteriores, todo lo referente a identidad nacional suele causar escozor. Y con razón.

¿Cuáles son los elementos negativos que se le achacan al venezolano? O mejor dicho, ¿cómo se ve el venezolano? No hace falta hacer una investigación exhaustiva para saber que el criollo tiene una autoimagen negativa: libros como “La autoestima del venezolano” de Manuel Barroso o “El venezolano feo” de Adriana Pedrosa lo exponen bastante bien. Ahora, muy pocos se han percatado de que las taras mentales endilgadas al venezolano corresponden a las de un niño: un mocete de diez o doce años, malcriado, petulante, que hace de su día a día un chiste y que se ríe de sus torpezas y chiquilladas. Sí, los humoristas han sabido (o querido) maquillar el asunto rescatando la supuesta bondad nacional, que más que bondad parece, si no es, ingenuidad. El puer aeternus, o la representación arquetípíca jungniana de la eterna juventud, parece describir con bastante precisión el alma nacional: negación a la madurez, resistencia a los cambios y a lo que conlleve a la asunción de responsabilidades. 

El venezolano es un huérfano: héroe tiene, sí, Bolívar, pero no padre. Padre fundacional como lo han tenido otras naciones vecinas nunca hemos tenido. Como leímos en anteriores artículos, la gente de este país está buscando algo (aunque todo indica que está buscando a alguien) a como dé lugar para ponerlo en un altar:  siempre son hombres poderosos, famosos, rutilantes en la palestra pública. ¿Y eso a qué viene? Pues, que esas figuras que yo intento llamar paternas están perfectamente conectadas con la identidad nacional. No son búsquedas de motivación, sino de identificación: presidentes, peloteros, futbolistas —específicamente extranjeros— son los que suelen estar en los altares de culto nacional. Aunque este tema de la “eterna niñez” pretenda tocar otros asuntos, es bueno recalcar el hecho histórico de la creación de esta nación. Quizás sea esa búsqueda la que ayude a demostrar la minoría de edad nacional.

Fuimos un país que un día dejó los pañales y le dio por cortar su cordón umbilical español. Poco después comenzó por terminar su hermandad vecina y le dio por matarse por dentro: guerra federal, caudillismo, batallas y muerte que desembocaron en una dictadura prolongada. A fuerza  de tiros, nunca ausentes en nuestro acontecer nacional, hemos avanzado poco. Después de tanto plomo, ¿cómo terminamos convirtiéndonos en la nación risueña de chiste a flor de piel que no pierde la primera oportunidad para hacer del bonche una trinchera? Fueron más de ciento veinte hechos de armas los que hemos venido teniendo desde las guerras de independencia. Entonces, ¿cómo es que no maduramos? Si hay algo que endurece el alma es el dolor. ¿Y aquí qué? ¿No?


Un año como éste, 2012, que cierra con más de 20.000 muertos por arma de fuego, debería ser una tragedia nacional. Pero no, no faltarán los chistes, las burlas, los sketchs, los stands-up, los bonches en rueda de pescao alrededor de una olla sopera en los que abunden alborotas y carcajadas que minimicen la trágica realidad ensangrentada. La prensa nacional es un buen ejemplo: ya es parte de nuestra cotidianidad leer en los titulares de estos pasquines cómo la muerte es convertida en un jueguito de niños: "dejaron tieso a albañil en Carapita por bucearse a la jeva del convive de un choro" o "se metió un pepazo en la jeta después de darle matarile a su costilla de quince años". Sí, así asume la nueva prensa la tragedia nacional. Si no me cree, lea elpropio.com y vea cómo se hace de la infancia de una nación un negocio. 

¿Por qué nuestra respuesta ante tamaña desgracia es la de un carajito jodedor? ¿Por qué? ¿Será que como afirma el Cuevo Mecánico, nuestro país no es, sino que ya fue? ¿Será que nuestras desgracias están condenadas a convertirse en material de chiste de humorista? 

sábado, 15 de diciembre de 2012

El culto al frío (reflexiones urgentes sobre la cotidianidad venezolana VI)



Los códigos socioculturales de una nación pueden asimilarse, en la gran mayoría de los casos, a simple vista, por medio de una apreciación desprejuiciada y serena. No es extraño, por tanto, que se diga que quienes suelen tener una mejor visión de los pormenores de una ciudad, país, pueblo o población, sean, sin duda, los turistas. Lo que se tiene en la proximidad de lo rutinario suele ignorarse.

Algo que quizás esté entre esas cosas ignoradas es precisamente el desfase climático que tiene el venezolano común: es parte de su idiosincrasia que el frío, realidad metereológica ajena a su latitud tropical, esté presente en casi todos los ámbitos de vida: el carro, la oficina, el hogar. El altar nacional pareciera ser una nevera, con crucifijos y demás. Entendible que en el Junko o en Mérida no sea el caso, pero Venezuela está más allá. 

Desde el joven que en la mañana de abril sale a la calle como un esquimal hasta la señora que en pleno centro de Caracas lleva su bufanda, no exenta de sudor y tórrido pegoste, el venezolano busca en el interior de su nación un frío que no existe, y si existió ya se fue. Pacheco, el popular floricultor que se enquistó en el día a día capitalino, pareciera que en medio de una arrechera laboral terminó por quedarse en Galipán, mandando unos pobres soplidos fríos con pitillo apenas perceptibles para quienes viven cerca de una montaña.

El uso indiscriminado que se hace del aire acondicionado da la impresión de no ser una defensa contra el bochorno del trópico, sino más bien un emulador de atmósferas nórdicas en las que dioses vikingos mueren de risa al ver las elevadas facturas eléctricas de un tercermundismo que busca lo que no se le ha perdido.

La Navidad venezolana es otro fenómeno que evidencia la poca diferenciación entre la realidad y la ficción: pinos importados de Canadá con unos dólares que por control de cambio escasean para ataviar una festividad totalmente opuesta tanto a nuestra idiosincrasia como a su original representación. La aparición espectral de un gordinflón canoso y barbudo, proveniente de la publicidad de una bebida gaseosa, que invade con su extranjero atuendo lo que debería asumirse como propio. El frío, entre trineos y nevadas, no puede faltar, como no faltarán defensores que digan que sí, que la Navidad se celebra así porque sí, y que sí porque sí. Nunca faltan.

Hay algo en el frío, o mejor aún, en la búsqueda del frío, que permite apreciar cuán alejados estamos de nosotros mismos. Sin apartar la vista de las realidades regionales en las que la regulación de la temperatura es una necesidad primordial, es, en una buena parte de la extensión territorial, un elemento que no se puede obviar.

El frío es un síntoma.