El Lambucio Ilustrado: 2011

sábado, 24 de septiembre de 2011

Despechos antropológicos


En toda la gama musical latinoamericana de mediados del siglo pasado –ajena a los monigotes prefabricados del norte- se acrisoló en muchos de sus exponentes, intérpretes y compositores un tema tan frecuente que muchas veces suele pasar desapercibido. No es, por tanto, descabellada la escena del visitante de taberna que, ante el consejo del mesero – psicólogo, ahoga sus penas no sólo en alcohol, sino en música. Basta con prestarle atención a muchos boleros y tangos para encontrar en sus letras un espécimen del romance que, a la luz de los días, parece fosilizado, sólo presente en los recuerdos y añoranzas de muchos ancianos: el amor misógino.

Sin duda alguna, la música como reflejo del acontecer sociocultural, es a la vez reflejo de la mentalidad, maneras de ser, pensar y sentir de las personas. ¿Qué decir entonces cuando el desprecio y/o el odio se le endilga a quien es al mismo tiempo el objeto de romance? Todo parece indicar, sin caer en el estricto contraste maniqueísta, que al menos en nuestros antepasados (y ya se explicará el porqué), el amor-odio musical es un vestigio irrefutable del tipo de relaciones interpersonales de nuestros abuelos, bisabuelos y tatarabuelos. De allí venimos.

Producto del conflicto entre la sociedad patriarcal (europea) y matricéntrica (aborigen), el latinoamericano irrumpe en el acontecer mundial como un elemento nuevo, con sus propias afecciones y características. Sus maneras de amar y odiar, lógicamente, se confeccionaron de igual manera, moldeándose según permitiera la interacción ambiental. Los avatares de los ritmos, ritos, creencias y mitos, fueron dándole forma a la evidencia nombrada, en donde lo musical, como expresión del ser, puede abarcar un enorme territorio cultural. Ahora, ¿por qué se presenta de manera abrupta en el bolero matancero, o en el tango sureño, cualquier cantidad de epítetos misóginos en lo que podría ser un normal despecho? Sería ligero, trivial, ridículo y excesivamente pavoso achacarle este fenómeno al ya recurrido “machismo”. Yo creo que el asunto va más allá, y para eso, basta comparar: hoy en día el romance chapado a la antigua, el “good old-fashioned lover boy” es anatema, una interdicción. ¿Será entonces que la musicalidad latinoamericana actual, incapaz o temerosa de emular cualquier expresión antigua, se enfrasca en “maquillar” lo que antes era norma destacar? La temática del bolero no es la misma de la balada de hoy, por supuesto. 

Tal vez hurgando en las profundidades de las teorías freudianas pueda surgir alguna explicación ante la debacle del amor idealizado, espiritualizado, y por qué no, sublimado, del “amor-odio” típico de nuestro ancestro caribeño. Todo parece indicar que ese amor misógino musical fue reflejo de la mentalidad de aquel entonces, producto de un conflicto socioantropológico de vieja data que se venía arrastrando de la colonia. ¿Será que la mezcla de culturas foráneas le impidió al latinoamericano forjarse una forma de amar exenta de odio?

Cualquiera que sea la explicación, el extinto romance de nuestros abuelos, su sonoridad y su expresión genuina de una verdadera pasión quedaron eclipsados por los postmodernos gemidos de gata salvaje de Luis Fonsi. 



jueves, 18 de agosto de 2011

Muerte Pop



“Según Freud, el inconsciente humano no conoce el tiempo o la muerte. En sus recovecos orgánicos y psicoquímicos internos el ser humano se siente inmortal”. Roberto Esteban Duque. Ensayo sobre la muerte.

"La figura de la muerte, en cualquier traje que venga, es espantosa". Cervantes.

"Todos los cerebros del mundo son impotentes contra cualquier estupidez que esté de moda". Fontaine.


Conocido es por todos el proceso terminal de la vida: la muerte. Una experiencia social que en todas las culturas representa un momento trascendental como agente catalizador de tradiciones o ritos cuya acción primordial es expresar lo que la muerte representa. La magnitud de la ceremonia fúnebre, en muchos casos, es la mejor evidencia de cuán importante fue, no sólo el fallecido, sino el mismo acto de morir.

Ahora bien, ¿qué sucede cuando algo tan significativo como la muerte se traslada a la esfera ultramoderna y globalizada de internet, que a fin de cuentas representa la más reciente vía de comunicación humana? No cabe duda de que la muerte adquiere los mismos matices que posee la frenética  y arrebatada aldea global.


Hace pocas semanas se produjo el asesinato del cantautor argentino Facundo Cabral. Una enigmática muerte que consternó buena parte de la sociedad latinoamericana. Llaman poderosamente la atención las demostraciones de aflicción producidas por un evento tan lamentable como dantesco, precisamente de personas cronológicamente jóvenes, asiduas al twitter, facebook, youtube, etc., quienes muy probablemente en su vida, jamás de los jamases, en la quintaesencia del nunca, habrían conocido ni siquiera una canción del cantante. Personas que muy probablemente nunca en su vida supieron que Facundo podría ser el nombre de una persona. Inmediatamente producido el trágico homicidio, una grotesca cantidad de usuarios atapuzaron sus cuadros de mensaje, teléfonos móviles, subnicks, hashtags, etc., mostrando aparente dolor. Ahora bien, ¿tan nimia demostración es digna de alguien como Facundo Cabral, o más bien es una de esas subterráneas motivaciones humanas de figurar en cuanto evento se dé expresadas a través de la accesibilidad vertiginosa que brinda la vida 2.0?


La comunicación humana es una trampa. Muchos académicos suelen alabarla por la posibilidad  que ésta ofrece de vincular y dinamizar las relaciones humanas, pero lo que parecen estar olvidando es que, así como une, también separa. La comunicación es puente y obstáculo, camino y barranco, ayuda y perjuicio a la vez. Muchos parecen estar ignorando que la estética comunicativa de la actualidad, rápida, volátil y  práctica, se está trasladando al resto de las relaciones interpersonales, condicionándola a una extensión determinada, a un avatar, a un tema de interés.

Al calvario de la superpoblación, que de por sí menoscaba el valor de la vida humana, hay que sumarle una suerte de culto fashion que está envolviendo a la muerte: todo indica que no sólo la vida de una persona valdrá menos, sino que si ésta no se adapta a la moda, ni siquiera será una estadística de fin de semana. 

¿Qué estamos haciendo?, ¿trivializando lo inevitable, aprovechando la superficialidad de las redes sociales, para escapar? Al final de este artículo, cualquier muerte que pretenda trascender, deberá caber en 140 caracteres… 

martes, 26 de julio de 2011

Ritos y espiritualidad criolla (reflexiones urgentes sobre la cotidianidad venezolana IV)


“Los sentimientos de 'amor y temor de dios' no tienen su origen en dios, sino en los seres humanos. Son sentimientos de frustración dirigidos por el hombre a un ser imaginario que pretende sea su padre."  Sigmund Freud

"Entonces dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza; y señoree en los peces del mar, en las aves de los cielos, en las bestias, en toda la Tierra, y en todo animal que se arrastra sobre la tierra". Génesis 1:26

“Es inhumano bendecir cuando nos han maldecido.” Friedrich Nietzsche

No son nuevos los ritos de data ancestral en Venezuela, ni son puros. Eso ya se sabe. Lo que sí parece estar sucediendo es una especie de deformación –o escapismo en el mejor de los casos- de la espiritualidad venezolana, la cual, desde los años 60, ha adquirido una estética urbano - tribal propia de estas latitudes tercermundistas.

Algo que llama poderosamente la atención es cómo en el seno de la espiritualidad idiosincrática surgen formas de adoración religiosa totalmente opuestas a la norma, a la convención, al decoro, al respeto. Formas que, en la más profunda, recóndita y enraizada naturaleza, esconden el ensalzamiento perenne de la ignorancia. Una ignorancia cuyo rostro cada vez se parece más al venezolano común.

Esto no quiere decir que las creencias oficiales inveteradas en la nación sean el mejor ejemplo a resaltar, pero al momento de comparar, las distancias son enormes. Tanto así, que por momentos el catolicismo puede percibirse como inocuo al poder sacarse de él (no sin escarbar profundamente) las reflexiones de San Agustín o la Summa Teológica de Santo Tomás de Aquino.



¿A qué viene todo esto? Pues nada más y nada menos a los nuevos-viejos objetos de adoración presentes en el sincretismo venezolano. Un sincretismo que en su vientre alberga desde la chamanería indígena, el sacerdocio y la jerarquización cristiana y los descabellados rituales africanos. Un sincretismo que además de estar generalizado, parece que cada vez gana más y más terreno. Debo resaltar que es necesario excluir ritos y expresiones populares que por la naturaleza de sus objetos de culto no figuran en este ensayo (Chimbangleros de San Benito, Diablos de Yare, etc.). 

Ahora bien, si usted ha leído algo sobre espiritismo venezolano, sabrá que existe desde un tiempo para acá (y cada vez con mayor número de séquitos e impacto mediático) la Corte Malandra. Una Corte de bajo rango perteneciente al culto de Maria Lionza cuyo origen caraqueño estuvo entre los años 60 y 70 del siglo pasado, compuesta por delincuentes que en vida se caracterizaron por sus acciones "robinhoodescas" -para el común de la gente- pero si se ve desde una perspectiva socioantropológica un poco más estricta, se encontrará uno de los ritos más tragicómicos de la cultura venezolana. 


¿Qué lleva a un mortal pedestre a subir a la categoría de santo a un malandro? ¿Qué hace que se deifique a quien representa la peor plaga que azota a la sociedad venezolana? Esto tiene dos lecturas: 1) demostración exagerada de buscar un dios que se parezca al creyente. 2) Una inversión total de los valores tradicionales. 

La primera opción, sin duda, no es nueva. Es la mejor evidencia de la creación mítica, de la configuración de formas de creer y pensar moldeadas a conveniencia de quien necesita rezarle a alguien que retroalimente de manera expedita las aspiraciones humanas. No en balde las pinturas de Jesucristo en la Europa renacentista muestran a un avatar rubio, blanco caucásico, cuando su «supuesto» origen semítico echa por tierra cualquier polémica al respecto. En el seno de la venezolanidad está fermentando una creencia que converja con las inquietudes y necesidades de quien deposita su fe en un malhechor. Es decir, el venezolano de a pie está moldeando su dios hecho "a imagen y semejanza". 


El Descendimiento de la Cruz (Pontormo).

La segunda opción es inquietante: un asunto que representa un descalabro moral. ¿Puede, o más bien, merece alguien cuya vida fue instrumento del mal levantarse en el altar nacional como deidad? Esto, seguramente, el criollo no lo ignora: allí parece que se incuba lo que muchos venezolanos quieren: un dios que sea tan malo como ellos. Es difícil pensar esto de otra manera al tomar en cuenta las características de la personalidad de los malandros criollos. Si se le rinde culto a un dios cuya circunscripción está lejos del terreno "moralmente establecido", los creyentes, obviamente, se sentirán libres de hacer lo que le venga en gana ya que su referente religioso es un desfachatado matón. Dicho de otro modo: "si mi dios es malo, yo puedo ser tan malo como él". De allí surgen innumerables preguntas: ¿la tradición católica venezolana ha sido incapaz de arropar las aspiraciones de sus creyentes? ¿Estas creencias son producto de los desmanes de la postmodernidad? ¿La adoración de malandros representa un atraso o no es más que una adoración sincrética particular?   

Sea cual sea la respuesta, seguirán estos ritos, mutando con el tiempo, tomando la forma que la religiosidad demande. Para la reflexión, dejo dos videos, uno más nefasto que el otro... 




martes, 12 de julio de 2011

Recuerdos póstumos, añoranzas oxidadas y otros subterfugios sanchopancescos


"La única patria feliz, sin territorio, es la conformada por los niños. La verdadera patria del hombre es la infancia”. Rainer Maria Rilke

“¿Cómo, después de acordado, da dolor; cómo, a nuestro parecer, cualquiera tiempo pasado fue mejor?” Jorge Manrique

"Somos nuestra memoria, somos ese quimérico museo de formas inconstantes, ese montón de espejos rotos. Jorge Luis Borges

¿De qué están hechos los recuerdos? ¿De qué están compuestos los sueños? Hay una suerte de energía, por así decirlo, que nos ata con un magnetismo implacable al pasado. ¿Es el ayer, por el simple hecho de ser ayer, lo que nos hunde en el recuerdo?, ¿o es acaso por el espejismo brumoso que significa “lo que pudo ser y no fue” que la memoria nos hace las peores jugadas. Lo digo porque, como verán más adelante, una de mis mejores maneras para recordar es a través de la música. Dada la turbulencia de estos tiempos ultramodernos, son contados los momentos en los cuales se puede detener el reloj existencial y echar un vistazo a lo que nos ha vinculado, de alguna u otra forma, a la adolescencia, y más allá, a la infancia. Sean buenos o sean malos, los recuerdos configuran el patrimonio espiritual que le da sentido a nuestra vida.

Ahora bien, ¿qué sucede cuando los mejores recuerdos provienen de las más pintorescas expresiones artísticas, de los más patéticos momentos, de las más ridículas canciones? Pareciera que, a todas luces, el presente se torna blandengue cuando llega el momento de juzgar con madurez lo que estuvo dándonos alegría, risas y emoción. Estos videos son una muestra de lo que puede pasar cuando la infancia se llena de excentricidades artísticas convertidas posteriormente en oro por la alquimia de la adultez…

sábado, 9 de abril de 2011

Religión light





Conocedores de lo ya sabido, profetas de lo obvio, paleontólogos de lo trivial, escrutadores de lo pajúo; chamanes de la Religión Light se erigen en el provenir como brújulas que yacen orgullosas en estanterías, bibliotecas caseras, estaciones de radio, etc. ¿Que qué? ¿No conoce lo que es la Religión Light? Venga, yo se lo explico.

En un mundo que no invita a la reflexión, sino al consumo obligado de cuanta cosa bonita se coloque en el tapete de la contemporaneidad, la Religión Light aparece como una suerte de culto tácito un tanto sincretista que declara la divinidad del pensamiento del fast-food literario y musical, siempre que éste aparente intelectualidad.

Exponentes del pensamiento profundo como el culo de una hormiga como Deepak Chopra, Paulo Coehlo, Carlos Fraga, Ricardo Arjona, entre otros, so pretexto de poseer un exageradísimo conocimiento enciclopédico que emana por medio de aforismos (o canciones) de fácil entender, son consumidos por las masas. Eso sí, una gran campaña mercadotécnica que pule sus imágenes y los declara “sabios de la postmodernidad”. ¡Y qué se pudra en su cochina tumba Bertrand Rusell!

¡Vamos! Ni Chopra, ni Coehlo, ni Fraga ni Osho han venido de otro planeta a iluminarnos el provenir. Ninguno de ellos ni sus acólitos pertenece a una casta bendita cuya función en la tierra es labrar un camino de luz. No. Ellos son simples mortales que desde su humana, demasiado humana comprensión del mundo, dan una opinión de cómo debería vivirse la vida.

Ahora bien, este mazacote llamado Religión Light, portador de las reminiscencias del New Age, constituye el Intelecto Universal, la norma, la ley, la referencia infaltable al momento de buscar respuestas urgidas: el saber que toda señora de cuarenta y pico de años necesita saber para volcarlo sobre su amiga, el conocimiento que todo galán requiere para impresionar a la vecina con un discurso chueco, y lamentablemente, la muleta que cualquier adolescente puede tomar para darle sentido a su existencia. La Religión Light tiene un espacio en nuestra sociedad que no debería tener. Por lo menos no tanto. Por ello, le llegó la hora del chalequeo.

Si bien es cierto que una supuesta buena intención puede estar detrás de estos autores y/o compositores (sin dejar de apartar el lado comercial, claro está), no es menos cierto que lo que ellos arguyen es simple y llanamente una forma de ver la realidad sin haber probado que lo que dicen es cierto. En otras palabras, ¿una palabrita dulce y machucadita es suficiente para darle sentido a esta turbulenta existencia? Pareciera que quienes acuden a esta ayuda nebulosa no quieren ver la realidad tal cual es, sino edulcorarla para hacerla menos tortuosa. ¿Válido? Claro que es válido, pero no por ello deja de ser miserable.

Por tales motivos, he elaborado una lista de “patologías del alma moderna”, en las que considero necesario resaltar la podredumbre de estos pseudoescritores, que no dejan de poner en evidencia que los pensadores críticos escasean en la actualidad. En el Manual de terrorismo físico (2008) está:

· Arjonitis: inflamación aguda de las capacidades cognitivas, la cual generalmente se hace presente en el sexo femenino. Con frecuencia se presenta a partir de la adolescencia. Se caracteriza por una reducción de la capacidad para focalizar y sostener la atención. Hay presencia de alucinaciones auditivas, en su mayoría sin sentido. Verborragia, dislexia, catarsis de neologismos incongruentes relacionados con relaciones amatorias. Quien padece esta terrible enfermedad puede hallarle sentido a una frase loca como: “Tú amor es una trocha que desayuna cauchos tiesos en Bolivia”.

· Coehlofagia: afección psíquica que consiste en “devorar” libros de Paulo Coehlo para asistir frenéticamente a reuniones o actividades sociales y atormentar a los concurrentes con frases empaquetadas de Fedex. Egocentrismo exacerbado, delirium, histeria, con frecuencia se hacen presentes brotes psicóticos al tratar de contener la palabrería cursi. Quien padece coehlofagia puede durar nueve horas seguidas relatando epopeyas tediosas sin tomar agua o evocar frases como “El sendero de la luz se proyecta en nuestras almas en cada amanecer, bajo el firmamento portentoso de una sonrisa amiga”. Se recomienda farmacoterapia o tratamiento electro-convulsivo.

· Fragocitosis cerebro vascular (FCV): trastorno grave de la personalidad producido por ver dos capítulos seguidos del show de “Carlos Fraga”. La afección suele consistir en ataques de histrionismo incontrolable, balbuceo, temblores, sensación de euforia y “habla bonita”. La persona puede adoptar una indumentaria fashion como consecuencia de internalizar la imagen del conductor de TV – psíquico – astrólogo – modisto, locutor – vidente – mago – ilusionista venezolano. Se recomienda terapia racional emotiva conductual o un buen neurólogo.

· Oshoshitis crónica: sociopatía de extraña procedencia que consiste en convertirse en “hippie a juro”. Caracterizada por cambios de humor, ralentización de la coordinación motriz, sonrisa constante y sin motivo aparente, indumentaria astrosa para lucir intenso. Sólo se conoce tratamiento homeopático.

· Chopralitis esquizoide: peligrosísima afección psicológica, más peligrosa que mono con metralleta. El que la padece se “cree la gran vaina”. No hay forma de bajar de la nube al afectado. Un discurso embadurnado de astrología con física y mecánica cuántica describe el terrible trastorno. La enfermedad puede producir cambios en la personalidad como la adquisición de una vestimenta de bohemio de “Bellas Artes”. Hay alucinaciones, sentimientos de grandeza, delirios de fortuna. Se diferencia de la coehlofagia en que el chopralítico es generalmente un atormentado, odioso, malhumorado, que cree que se la está comiendo. Se recomienda encerrona con una mujer de dotes extraordinarios pa’ que se le quite esa pendejada.

· Síndrome de Sanz: padecimiento prolongado, doloroso, sin cura. Se considera la peor de las patologías del alma moderna. El síndrome de Sanz es un trastorno psicoacústico que consiste en un terrible mal gusto por la música. Produce un corte irreconciliable con la realidad al haber declaraciones del afectado como “Maná es el mejor grupo del mundo”, “Quisiera tener la voz de Daddy Yankee”, “La profundidad de las letras de Wisin y Yandel es bárbara”. Afortunadamente, al afectado le aparecen pelos en las manos, le sangran los oídos y se le arruga el rostro. Se recomienda no acercarse a la radio para no contraer la enfermedad, especialmente cuando suena una pieza que habla de un tal “corazón partío”.

Para la sociedad será imperdonable haber dejado de lado a quienes de verdad metieron las manos en el fango de la realidad para dar una respuesta clara, contundente, científica, ajena a toda superstición chambona y ridícula. Freud, Marx, Nietzsche, Camus, Skinner, Vargas Vila, Fernando Vallejo, entre otros, supieron plasmar a nivel literario o científico respuestas a muchas interrogantes, no del lado de la cursilería barata, sino del pensamiento. Los invito a seguirlos.

Destacados arjonólogos y especialistas en la materia, han determinado el Indice de Sinsentido con la intención de llevarlo al campo psicológico y médico: ‎"El sinsentido, independientemente del contexto, se mide en Arjones (arjón: unidad físico-matemática del sinsentido) (0.1 arjones; 0.45 arjones). Nunca se llega a la unidad. Sin embargo, el máximo nivel de ridiculez y cursilería cotidiano-pavosa se expresa en Sanzos. Un sanzo equivale a 700.000 arjones" tomando como referencia, claro está, la escala arjónica.

Es por este motivo que la Religión Light debe desaparecer y ser reemplazada por un movimiento pragmatista que le dé a este bochinche ideológico un verdadero cauce.

domingo, 20 de marzo de 2011

Alirio...


He decidido dedicar un pequeño espacio para rendir homenaje a uno de los mejores guitarristas clásicos del mundo: Alirio Díaz. Insigne venezolano que ha ofrecido desde mediados del siglo pasado la mejor demostración de técnica y estilo en la ejecución de las piezas que interpreta. Aquí dejo una muestra, mientras como una jalea de mango verde....







jueves, 17 de marzo de 2011

Ser, filosofía, eternidad y psicología


No puede haber una definición verosímil de psicología hasta encontrar una definición de hombre. ¿Es que acaso sólo puede interpretarse la primera como un producto cultural, o es que existe una constante universal para entender la relación mente-realidad? Sea cual sea la pregunta, Michel Foucault, filósofo francés y destacado espachurrador de mango verde, deja la puerta abierta trayendo a colación a otro manganzón de alto calibre: Inmanuel Kant.

domingo, 13 de febrero de 2011

La naturaleza antinatural del amor

Luego de haberme ausentado por motivos académicos, escribo este post para hacer unas breves reflexiones sobre uno de los sentimientos que, sin duda alguna, marcan la vida de quien experimenta el elixir (o el flagelo) del amor.

Sigmund Freud, un día comiendo majarete, se sentó en una silla con la pata chueca, se cayó y se esmuñungó el cogote. De todo su arsenal de paja loca, caracterizó de manera brillante un planteamiento relacionado con esa sensación que emboba, alela, hechiza, petrifica al más guapo y enguayaba al más pintao: “el amor es la expresión —o una sublimación— del instinto sexual, en el lugar de reconocer que el deseo sexual es una manifestación de la necesidad de amor y de unión”. Tomando en cuenta lo anterior, cabría preguntarse ¿es el amor un sentimiento o una actitud? En esta turbulencia postmoderna en la que todo se cuestiona, pareciera que la segunda opción lleva las de ganar.

Si de algo no se salvó esa palabra de cuatro letras en la que participa la traviesa representación de un ángel mariconcito con las nalgas al aire, malgastando flechas como Don Regalón, es precisamente de haber sido repensado, reinterpretado a la luz de estos tiempos. ¿Acaso no se ha banalizado el amor a través de un consumismo pervertido en el que la obligación de obsequiar algo constituye la supuesta materialización del afecto? ¿O es que alguien piensa que esta época es propicia para los amantes chapados a la antigua? ¡No! Definitivamente no. ¡Abran los ojos de una buena vez! En esta época bimilenaria el amor es físico, tangible, observable, ajeno a toda representación idealista, lejano a toda cursilería decimonónica. Quien más tiene más regala, y por ende, más “quiere”.

A mi parecer es precisamente la inmediatez del contexto en que vivimos lo que motiva a la gente a convertir en modas lo que inicialmente es biológico: el amor, en su más humana y cruda expresión, es sexo. Así como suena. El amor, en los seres humanos, sólo puede darse (mas no materializarse) a través del sexo. La regaladera compulsiva, la moda, el fashion prèt -a-porter, no es más que una ilusión pasajera, una sublimación de lo que se siente. Lo que llama la atención es que los medios de comunicación, como ya es costumbre, no dejen de construir esa atmósfera ficticia, ecuménica, catedralicia, parafernálica, en la que para amar hay que gastar. Y pareciera ser así según Fromm: las relaciones mercantiles-económicas están vinculadas con las relaciones interpersonales.

¿Es el amor es un arte? Para amar de verdad se necesitan cualidades que se forjan a través de la práctica, de la constancia. Yo iría más lejos: el amor es una actitud.

Debido a que muchas veces es imposible amar sexualmente a quienes deseamos, modificamos el contenido de nuestros deseos, aunque en esta fecha no pareciera ser la música, ni la pintura, ni la poesía los mecanismos de sublimación, sino la compra-venta de objetos. Sí: todo parece indicar que el amor, en pleno siglo XXI, es un fetiche. Aunque ya sepamos que el porvenir de nuestras relaciones esté condicionado por la intensidad de la estimulación, bien sea ésta sexual, verbal, afectiva, etc., y por el desvanecimiento de la efectividad de los estímulos “amorosos”, conviene seguir sublimando el amor, pero no de la manera en que nos lo ha impuesto este desastroso contexto ultramoderno, sino por medio de actitudes realmente humanas. Yo propongo una: el respeto. No puede haber ninguna demostración de amor que no parta del respeto. Propongo otra: el eterno retorno: el enchapado a la antigua.

¿Por qué esta sociedad se habrá empeñado en convertir la expresión artística del amor en anatema? ¿Es que acaso la voz de Alfredo Sadel no fue lo suficientemente amorosa para humedecer los nichos de amor de las primaverales escuchas? ¿Por qué se extinguió la serenata? ¿Es que acaso un aparatucho cagalitroso made in China puede tener más carga afectiva que un romance musical? Sencillamente, nuestra Venezuela de rojos destinos desnaturalizó la verdadera esencia del amor.

Este 14 de febrero son libres de obsequiar lo que sea, o mejor dicho: son libres de perpetuar el nuevo paradigma del amor – compra.

El amor es una actitud sexual, mental y espiritual. O si no que lo diga Felipe.