Los códigos socioculturales de una nación pueden asimilarse, en la gran mayoría de los casos, a simple vista, por medio de una
apreciación desprejuiciada y serena. No es extraño, por tanto, que se diga que
quienes suelen tener una mejor visión de los pormenores de una ciudad, país, pueblo
o población, sean, sin duda, los turistas. Lo que se tiene en la proximidad de
lo rutinario suele ignorarse.
Algo que quizás esté entre esas cosas ignoradas
es precisamente el desfase climático que tiene el venezolano común: es parte de
su idiosincrasia que el frío, realidad metereológica ajena a su latitud
tropical, esté presente en casi todos los ámbitos de vida: el carro, la
oficina, el hogar. El altar nacional pareciera ser una nevera, con crucifijos y
demás. Entendible que en el Junko o en Mérida no sea el caso, pero Venezuela está más allá.
Desde el joven que en la mañana de abril sale a
la calle como un esquimal hasta la señora que en pleno centro de Caracas lleva
su bufanda, no exenta de sudor y tórrido pegoste, el venezolano busca en el
interior de su nación un frío que no existe, y si existió ya se fue. Pacheco,
el popular floricultor que se enquistó en el día a día capitalino, pareciera
que en medio de una arrechera laboral terminó por quedarse en Galipán, mandando
unos pobres soplidos fríos con pitillo apenas perceptibles para quienes viven
cerca de una montaña.
El uso indiscriminado que se hace del aire
acondicionado da la impresión de no ser una defensa contra el bochorno del trópico,
sino más bien un emulador de atmósferas nórdicas en las que dioses vikingos
mueren de risa al ver las elevadas facturas eléctricas de un tercermundismo que
busca lo que no se le ha perdido.
Hay algo en el frío, o mejor aún, en la búsqueda del frío, que permite apreciar cuán alejados estamos de nosotros mismos. Sin apartar la vista de las realidades regionales en las que la regulación de la temperatura es una necesidad primordial, es, en una buena parte de la extensión territorial, un elemento que no se puede obviar.
El frío es un síntoma.
1 comentario:
Me hiciste recordar una tarde de compras fastidiosas con una amiga en Maturin, ella empeñada en que yo comprara un "sueter" o una camisa mangas largas tejida en lana. Yo le explicaba que no me interesaba pues en esa ciudad lo menos que hace es frío y que me vería ridícula con una prenda de esa sancochandome. Su argumento para que yo comprara la pieza fue: "¿es que tu nunca vas al cine? ¿nunca te buscan en carro?" Y yo respondí: "Si, pero para eso no necesito abrigarme". Ella se molesto.
Publicar un comentario