El Lambucio Ilustrado: mayo 2012

sábado, 19 de mayo de 2012

Gringopatías sociales (reflexiones urgentes sobre la cotidianidad venezolana V)




En un mundo globalizado como éste, no cabe duda de que las relaciones de poder terminan cimentando sus esquemas, patrones y modos de ver la realidad. Ante la dinámica mediática actual, producto de un vertiginoso intercambio de información, son muchos los elementos socioculturales que demuestran la presencia de la dominación que tiene el mayor productor-vendedor ideológico del mundo: EE.UU.

Sin caer en el denostado y omnipresente antiimperialismo, enemigo celebérrimo de nuestros gobernantes, es preciso circunscribir cuál es el verdadero epicentro de enajenación que produce una de las culturas más turbias de la cotidianidad. La invasión estética –a la cual quiero hacer alusión, tal vez por ser la más desapercibida- es posiblemente una de las consecuencias que como sociedad del tercer mundo nos ha impedido forjar elementos de sana identidad, asociados a un baluarte unitario y no al chovinismo trasnochado. La mujer, por todo lo que ello conlleva, es el vehículo por excelencia de tal invasión, y no es debido a las huellas dejadas por el Segundo Feminismo (surgido a finales de 1960 con la Contracultura) que pretendía acabar con la “mujer objeto”, sino a la constante que significa adquirir patrones estéticos ajenos a nuestra idiosincrasia.

            La “mujer objeto” no sólo no murió, sino que es ya universal. Lo es precisamente porque la mujer objeto se industrializó y la publicidad así lo demuestra: desde la valla de alcohol en la autopista que establece la asociación mujer-cerveza hasta la cuña de automóviles que afianzan el retrato del trinomio macho proveedor-mujer-estabilidad. Las curvas femeninas son la ruta perfecta para cualquier promoción que desee establecerse. Sin embargo, llama la atención que el prototipo de curvas que se muestran en toda vitrina social no tienen la forma de la mujer de estas latitudes, sino la de aquella mujer importada, prefabricada, preestablecida según indica la norma exportadora. Digámoslo de otro modo: la mujer que nos venden es el ideal de mujer que le gusta a los gringos. Así de simple. La cultura estadounidense es tetófila por excelencia, gusta rendirle culto a los senos desproporcionadamente grandes; casi podría decirse que no hay otras culturas que lo hagan en esa magnitud. Esta nación hegemónica impone sus gustos vinculados con la imagen femenina sobre otros países en los que tales vinculaciones no son originales.

            El bombardeo mediático, periodístico y comunicacional, establece las pautas que debe seguir la feminidad, no en balde el fenómeno de aumento de senos se ha incrementado en nuestro país, un país en el que claramente los bustos abultados son la excepción y no la norma. ¿Qué es lo que lleva entonces a tantas mujeres a querer ser la excepción y no la norma? ¿La imposibilidad de sentirse a gusto con su cuerpo –transformándolo al estilo de- o mantener el ritual de satisfacer al hombre, que a su vez, busca un patrón estético extranjero? Quien dude de este cuestionamiento, recuerde que este fenómeno se profundiza: son muchas las jovencitas que en su cumpleaños piden un regalo “abultado”, y por partida doble…


            A este fenómeno habría que añadirle el culto a la delgadez extrema, otro fetiche gringo de dudosa génesis, aunque tangible en los estereotipos proyectados en televisión. La mujer, por supuesto, es vehículo-víctima, ya que ha de llevar la carga de necesitar mantener la figura cueste lo que cueste, siendo un estigma o especie de enfermedad social para ellas tener unos kilos de más. Los hombres suelen quedar exentos de crítica o culpa, por lo general. Sabiendo entonces que la genética de estas latitudes suele favorecer otras partes del cuerpo, sigue permaneciendo el afán de muchas mujeres de modificar otras zonas en que la desproporción, como se indica, es característica de lo importado. Lejos de conciliar a las personas con su cuerpo, el stablishment aboga por la pugna o la vergüenza, la baja autoestima y la desvaloración autorreferencial. ¿Dudas? Ponga MTV en su televisor. Además, ya es natural que en los concursos de belleza participen mujeres con cuerpos totalmente modificados. Habría que preguntarse si tal aceptación en los certámenes forma parte de  la naturalización (o banalización) del asunto. 

            De este modo, falta quien desde la más persistente sinceridad, pueda convertir en lema dirigido a las más agraviadas en el asunto, las mujeres: “tienes derecho a carecer de senos y no avergonzarte”, “tienes derecho a ser gorda y no sentirte fea”. Una inyección de sensatez quizás sea lo único que pueda hacer inmune a la sociedad de las gringopatías adquiridas…